Marta Moreno, una joven de 19 años, nos cuenta su experiencia en un campo de voluntariado. La joven, residente en Castellbisbal (Barcelona), decidió formar parte de un campo de voluntariado durante dos semanas el pasado mes de agosto, tras su regreso, nos cuenta cómo ha vivido la experiencia.
Marta recibió un folleto del Ayuntamiento de Castellbisbal a principios del mes de mayo, donde se anunciaba una charla realizada por la asociación SCI (Servicio Civil Internacional). Ella junto a una amiga decidieron asistir a la charla para informarse y tras la explicación lo vieron claro: debían formar parte de un campo de trabajo. Pocas semanas más tarde llevaron a cabo los trámites y les fue asignado un campo en Manzanares (Ciudad Real) durante la primera quincena de agosto. El campo de trabajo se realizaba en un centro para personas drogodependientes y, en algunos casos, con el virus del VIH. Marta y su amiga compraron los billetes de Talgo y el día 1 de agosto partieron hacia la Mancha.
Al llegar a la estación de Manzanares encontraron a los demás voluntarios: una inglesa, una polaca, un chino, una rusa, una vasca, una portuguesa, un madrileño, una búlgara y ellas dos, las catalanas. Juntos formaron un gran equipo durante los siguientes quince días.
El centro de drogodependencia y de personas con el SIDA es Basida (Buscadores Ansiosos de Símbolos de Amor). Se trata de un proyecto sin ánimo de lucro, creado el año 1989 por un grupo de amigos religiosos que deseaban vivir en comunidad y ayudar a personas desfavorecidas. Durante los años 80 el SIDA resultó ser un grave problema socio-sanitario a nivel mundial, muchas personas eran desatendidas por sus familiares, rechazadas y excluidas de la sociedad. Al ver estas reacciones, este grupo de amigos decidió dedicar su vida a la espiritualidad y a ayudar a estos enfermos, haciendo que se desprendieran de su adicción a las drogas y procurando que siguieran una revisión médica para detener el virus. Por lo tanto, en el mayor de los casos las personas que ingresaban en el centro eran vagabundos, personas a las que su familia no podía o no quería atender, etc.
Marta explica que el horario de los residentes de Basida es muy estricto, para que estén todo el día ocupados: el desayuno se sirve a las 7.30h de la mañana, de 8.00h a 11.00h se realizan tareas como limpieza del hogar, de los jardines, carpintería, lavandería, etc. A las 11.00h se sirve un pequeño aperitivo y hasta las 14.00h hay tiempo libre (en agosto iban a la piscina). Después de la comida y una hora de siesta se reanudaban las actividades: piscina, talleres de manualidades, películas, talleres de cultura… cada tarde se organiza una actividad diferente. A las 19.00h se sirve la merienda y hasta la hora de cenar se deja tiempo libre para que tanto los residentes como los voluntarios descansen.
El trabajo de los voluntarios era convivir con estas personas, realizar las actividades con ellos y durante su tiempo libre, charlar con ellos, organizar actividades, juegos, etc. Los voluntarios, al entrar en Basida, son uno más de la familia. Marta explica que lo mejor de este centro es que no encuentras diferencias entre voluntarios y residentes, todos tienen los mismos derechos, llevan a cabo las mismas actividades y comparten el mismo espacio.
Marta confiesa que convivir con esas personas, escuchar todas sus aventuras, cómo han llegado hasta ese lugar, qué les llevó a consumir drogas… le hizo reflexionar mucho, explica que ella no es la misma, que todo lo vivido en esas dos semanas, la intensidad de la situación, le ha hecho ver el mundo con otros ojos.
La joven piensa que ha sido mucho más que un viaje, mucho más que una experiencia, ha aprendido mucho de ello y anima a todos los jóvenes a vivir una experiencia como ésta.
